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sábado, 26 de noviembre de 2011

MEJOR EL CAMINO QUE LA POSADA POR CARLOS GARCÍA GUAL BABELIA EL PAIS DE MADRID 26/11/2011


BIBLIOTECA DE LA FACULTAD DE HUMANIDADES UNIVERSIDAD DE VALENCIA


Leí este libro de Llovet hace unos meses, en su versión catalana, de un tirón, y me alegra ver que ahora aparece en castellano, ya con éxito merecido y muchos lectores. Escrito como confesión personal, con inteligencia y apasionamiento, como conviene al tema y a su autor, Adiós a la Universidad no es la queja de un "intelectual melancólico", o, si lo fuera, es también, desde luego, mucho más. Es un juicio experto, actualizado, meditado y crítico, sobre la deriva de esa vieja institución europea, nacida en la Edad Media y reconstruida en la época de la Ilustración sobre las pautas de un ideal laico, humanista y científico. Como indica su título, el libro justifica una despedida personal, algo prematura, de las aulas universitarias (de la Universidad de Barcelona), pero es, a la vez, una consideración, que no creo intempestiva, sobre la degradación universitaria -con un enfoque que afecta, sobre todo, a las llamadas Humanidades, o, más vulgarmente, estudios de Letras-.

Aunque Llovet se refiere a la decadencia de esos estudios en la Universidad española (y se basa en su experiencia de muchos años en la Central de Barcelona) hay que señalar que, como es sabido, las Humanidades tienen graves crisis en todas partes. Hace ya unos veinte años publiqué en la revista Claves de la Razón Práctica dos o tres ensayos sobre esos temas: El debate de las humanidades, La degradación de la educación universitaria y El eclipse de la literatura. Me hacía eco de algunos libros que analizaban la crisis en Estados Unidos. El más conocido entonces era el de Allan Bloom, The Closing of American Mind (que aquí se tradujo como El cierre de la mente moderna, 1989). Ahora ha insistido en ello, desde otro enfoque, más atento a lo económico, como es signo de los tiempos, Martha Nussbaum en Sin fines de lucro (Katz, 2010). El argumento para reducir la educación humanística es uno definitivo: la escasa o nula rentabilidad de esa educación. ¿A quién le importa que la gente esté más o menos educada, mientras consuma a buen ritmo y tenga TVE e Internet para saber al punto todo? "El que quiera ser culto que lo pague de su bolsillo", como dijo un político.

Dentro de este marco tan adverso a la generosa tradición intelectual que inspiró los viejos ideales universitarios (antes de que se pensara que las Universidades tenían que ser, ante todo, rentables) debemos situar, creo, la reflexión tan personal de Llovet, que nos cuenta con un admirable estilo narrativo y estupendas anécdotas su experiencia y su trayectoria de cuarenta años en un relato de muchas sugerencias y clara amenidad. En ella abundan las ilusiones perdidas y las apuestas intelectuales sin buen final, como esa licenciatura de Literatura Comparada, o las rebajas notorias en los planes de estudio de las actuales Facultades de Letras (desgajadas de la antigua de Filosofía y Letras). Y, en conjunto, se queja de que nuestros estudiantes tienen un horizonte más limitado y más pragmático que antes. (Y leen mucho menos, desde luego). "La Universidad ha quedado reducida a un centro expendedor de títulos y, en el mejor de los casos, de abilities". Los capítulos centrales del libro: 'Estudiantes, profesores y la transmisión del saber' e 'Investigar y publicar' tienen una espléndida lucidez. No menos acertadas me parecen sus observaciones sobre el desastroso Plan Bolonia, que rebaja aún más los niveles de la enseñanza, de modo que, en su mezquino horizonte, nuestras Facultades se banalizan pronto y, con torpe especialismo, "se convierten en algo de tan escasa altura intelectual como una escuela de idiomas o de manualidades". (Y recoger en apéndice el texto de J. L. Pardo: 'La descomposición de la Universidad' está muy bien).

En los capítulos finales: 'Universidad y sociedad', 'Figuras del intelectual', 'Humanidades y nuevas tecnologías' y 'Elogio de la palabra', la reflexión sobre la tradición y el presente cultural demuestra la extensa cultura filosófica y la agudeza crítica de Llovet, que evoca la Ilustración, la lectura, de Platón y Heidegger y muchos otros "maestros del pensar", y critica la degradación del lenguaje y los riesgos de las nuevas tecnologías, esa "sobrevaloración de la técnica" que acaba por embotar toda reflexión auténtica y personal. Ya H. Marcuse, allá por 1968, auguraba la trampa de esa "cultura unidimensional" que los medios imponen cada día más. Los efectos están ahí, según Llovet: "Sin una ciudadanía emancipada desde el punto de vista intelectual, toda democracia tiende a la plutocracia, a la burocracia o a las distintas y más sutiles formas de totalitarismos, como ya es el caso de las actuales mercadocracias".

Tal vez porque mi experiencia universitaria coincide con la suya, comparto todas sus críticas, y admiro la precisión y amenidad con que las expresa. Les agregaría otra en la que él aquí no insiste: la endogamia obtusa de nuestras Universidades, tan satisfechas de sí mismas, blindadas burocráticamente a todo profesor "intruso". (Ver el excelente libro de V. Pérez Díaz: Universidad, ciudadanos y nómadas, Oviedo, 2010). Creo que lo que da prestigio a una Universidad -en contra de tantos burócratas de turno- es ante todo la excelencia vivaz de sus profesores. Lo que uno recuerda de su vida universitaria son los buenos maestros -esos profesores de inolvidables clases magistrales con ideas propias, y poco fardo erudito-, lo que parecen olvidar los pedagogos que dictaminan planes y métodos fatuos. El adiós de Jordi Llovet a la Universidad, decepcionado de su rumbo actual, como otros colegas en estos mismos años, puede dejarnos un cierto sabor amargo. Pero, de todos modos, como importa más el camino que la posada, que diría Cervantes, me alegra este divertido, inteligente y verídico libro de memorias, que es un muy veraz testimonio de un intelectual universitario de perfil ilustrado y refinada ironía.

Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011. 408 páginas. 21 euros.


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viernes, 25 de noviembre de 2011

CRISTO ES UN PERSONAJE HISTÓRICO Y NO UN MITO


  1. Cristo es un personaje histórico y no un mito, afirma Mons. Fernández
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    • MADRID, 25 Nov. 11 / 04:29 am (ACI)

    El Obispo de Córdoba (España), Mons. Demetrio Fernández, alentó a vivir en este Adviento la esperanza cristiana, la cual proviene de Cristo, que es un personaje histórico y no una leyenda o un mito.
    "El cristianismo tiene su origen en un personaje histórico, Jesucristo el Señor, el hijo del carpintero, que es el Hijo de Dios hecho hombre, que vino hace dos mil años y que nos ha prometido que vendrá de nuevo al final de la historia humana, al final de nuestra propia historia personal, para llevar la historia a su plenitud, para llevarnos a nosotros hasta la meta", señaló en una carta enviada a ACI Prensa el 24 de noviembre.
    En ese sentido, invitó a los fieles a prepararse continuamente porque "no sabemos el día ni la hora, (pero) sabemos que Él tiene que venir y nos tomará consigo para llevarnos a la casa del Padre, para llevarnos al cielo".
    Mons. Fernández afirmó que al cristiano "no le asustan las señales que va encontrando en el camino, que le van indicando por dónde se va y le van anunciando que ya falta menos para la meta. La vida presente es muy amable, pero la vida futura es más amable todavía".
    "Cuando santa Teresita, cercana a su muerte, amaneció un día y constató que había tenido un vómito de sangre como síntoma inequívoco de su tuberculosis, no se deprimió pensando que le llegaba la muerte. Su reacción espontánea fue: ‘¡Ya llega el Esposo, tanto tiempo esperado!’", recordó.
    El Obispo de Córdoba dijo que si bien "la muerte supone un desgarrón y una ruptura", es para el creyente el "paso al encuentro definitivo con Aquel a quien esperamos. La muerte no es el final del camino, sino el cambio de domicilio, para vivir una vida más plena y mejor".
    "El Señor vino como el esperado de los siglos. Para mucha gente todavía hoy Jesucristo es un desconocido, y el adviento puede ser una ocasión para el primer encuentro. Para otros muchos, que se han alejado de su presencia, el adviento puede suponer una vuelta y una conversión. Para todos, es una invitación a poner a punto nuestra vida, a prepararnos para esa venida tan esperada", afirmó.
    Mons. Fernández indicó que el Adviento "nos recuerda aquella primera venida en la historia, que vamos a celebrar en la Navidad. Por eso, también nos preparamos a las fiestas de Navidad que se acercan. Y en la espera de esta venida del Señor, el Señor nos sale al encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para decirnos su amor y despertar en nosotros el deseo de su venida".

miércoles, 14 de septiembre de 2011

MATERIAL PARA EL TRABAJO PRÁCTICO JESUCRISTO Y SU TIEMPO




COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
79. ¿Cuál es la Buena Noticia para el hombre?
422-424
La Buena Noticia es el anuncio de Jesucristo, «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), muerto y resucitado. En tiempos del rey Herodes y del emperador César Augusto, Dios cumplió las promesas hechas a Abraham y a su descendencia, enviando «a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5).
80. ¿Cómo se difunde esta Buena Noticia?
425-429
Desde el primer momento, los discípulos desearon ardientemente anunciar a Cristo, a fin de llevar a todos los hombres a la fe en Él. También hoy, el deseo de evangelizar y catequizar, es decir, de revelar en la persona de Cristo todo el designio de Dios, y de poner a la humanidad en comunión con Jesús, nace de este conocimiento amoroso de Cristo.
CREO EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR
81. ¿Qué significa el nombre de Jesús?
430-435
452
El nombre de Jesús, dado por el ángel en el momento de la Anunciación, significa «Dios salva». Expresa, a la vez, su identidad y su misión, «porque él salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Pedro afirma que «bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos» (Hch 4, 12).
82. ¿Por qué Jesús es llamado Cristo?
436-440
453
«Cristo», en griego, y «Mesías», en hebreo, significan «ungido». Jesús es el Cristo porque ha sido consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión redentora. Él es el Mesías esperado por Israel y enviado al mundo por el Padre. Jesús ha aceptado el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: «bajado del cielo» (Jn 3, 13), crucificado y después resucitado, Él es el siervo sufriente «que da su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Del nombre de Cristo nos viene el nombre de cristianos.
83. ¿En qué sentido Jesús es el «Hijo unigénito de Dios»?
441-445
454
Jesús es el Hijo unigénito de Dios en un sentido único y perfecto. En el momento del Bautismo y de la Transfiguración, la voz del Padre señala a Jesús como su «Hijo predilecto». Al presentarse a sí mismo como el Hijo, que «conoce al Padre» (Mt 11, 27), Jesús afirma su relación única y eterna con Dios su Padre. Él es «el Hijo unigénito de Dios» (1 Jn 4, 9), la segunda Persona de la Trinidad. Es el centro de la predicación apostólica: los Apóstoles han visto su gloria, «que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1, 14).
84. ¿Qué significa el título de «Señor»?
446-451
455
En la Biblia, el título de «Señor» designa ordinariamente al Dios soberano. Jesús se lo atribuye a sí mismo, y revela su soberanía divina mediante su poder sobre la naturaleza, sobre los demonios, sobre el pecado y sobre la muerte, y sobre todo con su Resurrección. Las primeras confesiones de fe cristiana proclaman que el poder, el honor y la gloria que se deben a Dios Padre se le deben también a Jesús: Dios «le ha dado el nombre sobre todo nombre» (Flp 2, 9). Él es el Señor del mundo y de la historia, el único a quien el hombre debe someter de modo absoluto su propia libertad personal.
JESUCRISTO FUE CONCEBIDO
POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO
Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN
85. ¿Por qué el Hijo de Dios se hizo hombre?
456-460
El Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, por nosotros los hombres y por nuestra salvación: es decir, para reconciliarnos a nosotros pecadores con Dios, darnos a conocer su amor infinito, ser nuestro modelo de santidad y hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4).
86. ¿Qué significa la palabra «Encarnación»?
461-463
483
La Iglesia llama «Encarnación» al misterio de la unión admirable de la naturaleza divina y la naturaleza humana de Jesús en la única Persona divina del Verbo. Para llevar a cabo nuestra salvación, el Hijo de Dios se ha hecho «carne» (Jn 1, 14), haciéndose verdaderamente hombre. La fe en la Encarnación es signo distintivo de la fe cristiana.
87. ¿De qué modo Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre?
464-467
469
En la unidad de su Persona divina, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, de manera indivisible. Él, Hijo de Dios, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», se ha hecho verdaderamente hombre, hermano nuestro, sin dejar con ello de ser Dios, nuestro Señor.
88. ¿Qué enseña a este propósito el Concilio de Calcedonia (año 451)?
467
El Concilio de Calcedonia enseña que «hay que confesar a un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad; “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado” (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad».
89. ¿Cómo expresa la Iglesia el misterio de la Encarnación?
464-469
479-481
La Iglesia expresa el misterio de la Encarnación afirmando que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre; con dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la Persona del Verbo. Por tanto, todo en la humanidad de Jesús –milagros, sufrimientos y la misma muerte– debe ser atribuido a su Persona divina, que obra a través de la naturaleza humana que ha asumido.
«¡Oh Hijo Unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María (...) Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Espíritu Santo, ¡sálvanos!» (Liturgia bizantina de san Juan Crisóstomo).
90. ¿Tenía el Hijo de Dios hecho hombre un alma con inteligencia humana?
470-474
482
El Hijo de Dios asumió un cuerpo dotado de un alma racional humana. Con su inteligencia humana Jesús aprendió muchas cosas mediante la experiencia. Pero, también como hombre, el Hijo de Dios tenía un conocimiento íntimo e inmediato de Dios su Padre. Penetraba asimismo los pensamientos secretos de los hombres y conocía plenamente los designios eternos que Él había venido a revelar.
91. ¿Cómo concordaban las dos voluntades del Verbo encarnado?
475
482
Jesús tenía una voluntad divina y una voluntad humana. En su vida terrena, el Hijo de Dios ha querido humanamente lo que Él ha decidido divinamente junto con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación. La voluntad humana de Cristo sigue, sin oposición o resistencia, su voluntad divina, y está subordinada a ella.
92. ¿Tenía Cristo un verdadero cuerpo humano?
476-477
Cristo asumió un verdadero cuerpo humano, mediante el cual Dios invisible se hizo visible. Por esta razón, Cristo puede ser representado y venerado en las sagradas imágenes.
93. ¿Qué representa el Corazón de Jesús?
478
Cristo nos ha conocido y amado con un corazón humano. Su Corazón traspasado por nuestra salvación es el símbolo del amor infinito que Él tiene al Padre y a cada uno de los hombres.
94. ¿Qué significa la expresión «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo»?
484-486
Que Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo significa que la Virgen María concibió al Hijo eterno en su seno por obra del Espíritu Santo y sin la colaboración de varón: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1, 35), le dijo el ángel en la Anunciación.
95. «...Nacido de la Virgen María...»: ¿por qué María es verdaderamente Madre de Dios?
495
509
María es verdaderamente Madre de Dios porque es la madre de Jesús (Jn 2, 1; 19, 25). En efecto, aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo y fue verdaderamente Hijo suyo, es el Hijo eterno de Dios Padre. Es Dios mismo.
96. ¿Qué significa «Inmaculada Concepción»?
487-492
508
Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción.
97. ¿Cómo colabora María al plan divino de la salvación?
493-494
508-511
Por la gracia de Dios, María permaneció inmune de todo pecado personal durante toda su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc 1, 28), la «toda Santa». Y cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz «al Hijo del Altísimo» (Lc 1, 32), ella da libremente su consentimiento «por obediencia de la fe» (Rm 1, 5). María se ofrece totalmente a la Persona y a la obra de Jesús, su Hijo, abrazando con toda su alma la voluntad divina de salvación.
98. ¿Qué significa la concepción virginal de Jesús?
496-498
503
La concepción virginal de Jesús significa que éste fue concebido en el seno de la Virgen María sólo por el poder del Espíritu Santo, sin concurso de varón. Él es Hijo del Padre celestial según la naturaleza divina, e Hijo de María según la naturaleza humana, pero es propiamente Hijo de Dios según las dos naturalezas, al haber en Él una sola Persona, la divina.
99. ¿En qué sentido María es «siempre Virgen»?
499-507
510
María es siempre virgen en el sentido de que ella «fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen siempre» (San Agustín). Por tanto, cuando los Evangelios hablan de «hermanos y hermanas de Jesús», se refieren a parientes próximos de Jesús, según una expresión empleada en la Sagrada Escritura.
100. ¿De qué modo la maternidad espiritual de María es universal?
501-507
511
María tuvo un único Hijo, Jesús, pero en Él su maternidad espiritual se extiende a todos los hombres, que Jesús vino a salvar. Obediente junto a Jesucristo, el nuevo Adán, la Virgen es la nueva Eva, la verdadera madre de los vivientes, que coopera con amor de madre al nacimiento y a la formación de todos en el orden de la gracia. Virgen y Madre, María es la figura de la Iglesia, su más perfecta realización.
101. ¿En qué sentido toda la vida de Cristo es Misterio?
512-521
561-562
Toda la vida de Cristo es acontecimiento de revelación: lo que es visible en la vida terrena de Jesús conduce a su Misterio invisible, sobre todo al Misterio de su filiación divina: «quien me ve a mí ve al Padre» (Jn 14, 9). Asimismo, aunque la salvación nos viene plenamente con la Cruz y la Resurrección, la vida entera de Cristo es misterio de salvación, porque todo lo que Jesús ha hecho, dicho y sufrido tenía como fin salvar al hombre caído y restablecerlo en su vocación de hijo de Dios.
102. ¿Cuáles han sido las preparaciones históricas a los Misterios de Jesús?
522-524
Ante todo hay una larga esperanza de muchos siglos, que revivimos en la celebración litúrgica del tiempo de Adviento. Además de la oscura espera que ha puesto en el corazón de los paganos, Dios ha preparado la venida de su Hijo mediante la Antigua Alianza, hasta Juan el Bautista, que es el último y el mayor de los Profetas.
103. ¿Qué nos enseña el Evangelio sobre los Misterios del nacimiento y la infancia de Jesús?
525-530
563-564
En el Nacimiento de Jesús, la gloria del cielo se manifiesta en la debilidad de un niño; la circuncisión es signo de su pertenencia al pueblo hebreo y prefiguración de nuestro Bautismo; la Epifanía es la manifestación del Rey-Mesías de Israel a todos los pueblos; durante la presentación en el Templo, en Simeón y Ana se concentra toda la expectación de Israel, que viene al encuentro de su Salvador; la huida a Egipto y la matanza de los inocentes anuncian que toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución; su retorno de Egipto recuerda el Éxodo y presenta a Jesús como el nuevo Moisés: Él es el verdadero y definitivo liberador.
104. ¿Qué nos enseña la vida oculta de Jesús en Nazaret?
533-534
564
Durante la vida oculta en Nazaret, Jesús permanece en el silencio de una existencia ordinaria. Nos permite así entrar en comunión con Él en la santidad de la vida cotidiana, hecha de oración, sencillez, trabajo y amor familiar. La sumisión a María y a José, su padre legal, es imagen de la obediencia filial de Jesús al Padre. María y José, con su fe, acogen el misterio de Jesús, aunque no siempre lo comprendan.
105. ¿Por qué Jesús recibe de Juan el «Bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3, 3)?
535-537
565
Jesús recibe de Juan el Bautismo de conversión para inaugurar su vida pública y anticipar el «Bautismo» de su Muerte; y aunque no había en Él pecado alguno, Jesús, «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), acepta ser contado entre los pecadores. El Padre lo proclama su «Hijo predilecto» (Mt 3, 17), y el Espíritu viene a posarse sobre Él. El Bautismo de Jesús es la prefiguración de nuestro bautismo.
106. ¿Qué nos revelan las tentaciones de Jesús en el desierto?
538-540
566
Las tentaciones de Jesús en el desierto recapitulan la de Adán en el paraíso y las de Israel en el desierto. Satanás tienta a Jesús en su obediencia a la misión que el Padre le ha confiado. Cristo, nuevo Adán, resiste, y su victoria anuncia la de su Pasión, en la que su amor filial dará suprema prueba de obediencia. La Iglesia se une particularmente a este Misterio en el tiempo litúrgico de la Cuaresma.
107. ¿Quién es invitado a formar parte del Reino de Dios, anunciado y realizado por Jesús?
541-546
567
Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino de Dios.
108. ¿Por qué Jesús manifiesta el Reino mediante signos y milagros?
547-550
567
Jesús acompaña su palabra con signos y milagros para atestiguar que el Reino está presente en Él, el Mesías. Si bien cura a algunas personas, Él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra, sino ante todo para liberarnos de la esclavitud del pecado. La expulsión de los demonios anuncia que su Cruz se alzará victoriosa sobre «el príncipe de este mundo» (Jn 12, 31).
109. ¿Qué autoridad confiere Jesús a sus Apóstoles en el Reino?
551-553
567
Jesús elige a los Doce, futuros testigos de su Resurrección, y los hace partícipes de su misión y de su autoridad para enseñar, absolver los pecados, edificar y gobernar la Iglesia. En este colegio, Pedro recibe «las llaves del Reino» (Mt 16, 19) y ocupa el primer puesto, con la misión de custodiar la fe en su integridad y de confirmar en ella a sus hermanos.
110. ¿Cuál es el significado de la Transfiguración?
554-556
568
En la Transfiguración de Jesús aparece ante todo la Trinidad: «el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (Santo Tomás de Aquino). Al evocar, junto a Moisés y Elías, su «partida» (Lc 9, 31), Jesús muestra que su gloria pasa a través de la cruz, y otorga un anticipo de su resurrección y de su gloriosa venida, «que transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3, 21).
«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado entenderían que padecías libremente y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina).
111. ¿Cómo tuvo lugar la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén?
557-560
569-570
En el tiempo establecido, Jesús decide subir a Jerusalén para sufrir su Pasión, morir y resucitar. Como Rey-Mesías que manifiesta la venida del Reino, entra en la ciudad montado sobre un asno; y es acogido por los pequeños, cuya aclamación es recogida por el Sanctus de la Misa: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna! (¡sálvanos!)» (Mt 21, 9). Con la celebración de esta entrada en Jerusalén la liturgia de la Iglesia da inicio cada año a la Semana Santa.
«JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO»
112. ¿Por qué es tan importante el Misterio pascual de Jesús?
571-573
El misterio pascual de Jesús, que comprende su Pasión, Muerte, Resurrección y Glorificación, está en el centro de la fe cristiana, porque el designio salvador de Dios se ha cumplido de una vez por todas con la muerte redentora de su Hijo, Jesucristo.
113. ¿Bajo qué acusaciones fue condenado Jesús?
574-576
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley, contra el Templo de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el Dios único, porque se proclamaba Hijo de Dios. Por ello lo entregaron a Pilato para que lo condenase a muerte.
114. ¿Cómo se comportó Jesús con la Ley de Israel?
577-582
592
Jesús no abolió la Ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí, sino que la perfeccionó, dándole su interpretación definitiva. Él es el Legislador divino que ejecuta íntegramente esta Ley. Aún más, es el siervo fiel que, con su muerte expiatoria, ofrece el único sacrificio capaz de redimir todas «las transgresiones cometidas por los hombres contra la Primera Alianza» (Hb 9, 15).
115. ¿Cuál fue la actitud de Jesús hacia el Templo de Jerusalén?
583-586
593
Jesús fue acusado de hostilidad hacia al Templo. Sin embargo, lo veneró como «la casa de su Padre» (Jn 2, 16), y allí impartió gran parte de sus enseñanzas. Pero también predijo la destrucción del Templo, en relación con su propia muerte, y se presentó a sí mismo como la morada definitiva de Dios en medio de los hombres.
116. ¿Contradijo Jesús la fe de Israel en el Dios Único y Salvador?
587-591
594
Jesús nunca contradijo la fe en un Dios único, ni siquiera cuando cumplía la obra divina por excelencia, que realizaba las promesas mesiánicas y lo revelaba como igual a Dios: el perdón de los pecados. La exigencia de Jesús de creer en Él y convertirse permite entender la trágica incomprensión del Sanedrín, que juzgó que Jesús merecía la muerte como blasfemo.
117. ¿Quién es responsable de la muerte de Jesús?
595-598
La pasión y muerte de Jesús no pueden ser imputadas indistintamente al conjunto de los judíos que vivían entonces, ni a los restantes judíos venidos después. Todo pecador, o sea todo hombre, es realmente causa e instrumento de los sufrimientos del Redentor; y aún más gravemente son culpables aquellos que más frecuentemente caen en pecado y se deleitan en los vicios, sobre todo si son cristianos.
118. ¿Por qué la muerte de Cristo forma parte del designio de Dios?
599-605
619
Al fin de reconciliar consigo a todos los hombres, destinados a la muerte a causa del pecado, Dios tomó la amorosa iniciativa de enviar a su Hijo para que se entregara a la muerte por los pecadores. Anunciada ya en el Antiguo Testamento, particularmente como sacrificio del Siervo doliente, la muerte de Jesús tuvo lugar según las Escrituras.
119. ¿De qué modo Cristo se ofreció a sí mismo al Padre?
606-609
620
Toda la vida de Cristo es una oblación libre al Padre para dar cumplimiento a su designio de salvación. Él da «su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45), y así reconcilia a toda la humanidad con Dios. Su sufrimiento y su muerte manifiestan cómo su humanidad fue el instrumento libre y perfecto del Amor divino, que quiere la salvación de todos los hombres.
120. ¿Cómo se manifiesta en la última Cena la oblación de Jesús?
610-611
621
En la última Cena con los Apóstoles, la víspera de su Pasión, Jesús anticipa, es decir, significa y realiza anticipadamente la oblación libre de sí mismo: «Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros», «ésta es mi sangre que será derramada...» (Lc 22, 19-20). De este modo, Jesús instituye, al mismo tiempo, la Eucaristía como «memorial» (1 Co 11, 25) de su sacrificio, y a sus Apóstoles como sacerdotes de la nueva Alianza.
121. ¿Qué sucede en la agonía del huerto de Getsemaní?
612
En el huerto de Getsemaní, a pesar del horror que suponía la muerte para la humanidad absolutamente santa de Aquél que es «el autor de la vida» (Hch 3, 15), la voluntad humana del Hijo de Dios se adhiere a la voluntad del Padre; para salvarnos acepta soportar nuestros pecados en su cuerpo, «haciéndose obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8).
122. ¿Cuáles son los efectos del sacrificio de Cristo en la Cruz?
613-617
622-623
Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio expiatorio, es decir, ha reparado nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta la muerte. Este amor hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) del Hijo de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre. El sacrificio pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfecto y definitivo, y les abre a la comunión con Dios.
123. ¿Por qué llama Jesús a sus discípulos a cargar con la propia Cruz?
618
Al llamar a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle (cf. Mt 16, 24), Jesús quiere asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios.
124. ¿En qué condiciones se encontraba el cuerpo de Cristo mientras estaba en el sepulcro?
624-630
Cristo sufrió una verdadera muerte, y verdaderamente fue sepultado. Pero la virtud divina preservó su cuerpo de la corrupción.
JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
125. ¿Qué eran «los infiernos» a los que Jesús descendió»?
632-637
Los «infiernos» –distintos del «infierno» de la condenación– constituían el estado de todos aquellos, justos e injustos, que habían muerto antes de Cristo. Con el alma unida a su Persona divina, Jesús tomó en los infiernos a los justos que aguardaban a su Redentor para poder acceder finalmente a la visión de Dios. Después de haber vencido, mediante su propia muerte, a la muerte y al diablo «que tenía el poder de la muerte» (Hb 2, 14), Jesús liberó a los justos, que esperaban al Redentor, y les abrió las puertas del Cielo.
126. ¿Qué lugar ocupa la Resurrección de Cristo en nuestra fe?
631. 638
La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, y representa, con la Cruz, una parte esencial del Misterio pascual.
127. ¿Qué «signos» atestiguan la Resurrección de Cristo?
Además del signo esencial, que es el sepulcro vacío, la Resurrección de Jesús es atestiguada por las mujeres, las primeras que encontraron a Jesús resucitado y lo anunciaron a los Apóstoles. Jesús después «se apareció a Cefas (Pedro) y luego a los Doce, más tarde se apareció a más de quinientos hermanos a la vez» (1 Co 15, 5-6), y aún a otros. Los Apóstoles no pudieron inventar la Resurrección, puesto que les parecía imposible: en efecto, Jesús les echó en cara su incredulidad.
128. ¿Por qué la Resurrección es también un acontecimiento trascendente?
647
656-657
La Resurrección de Cristo es un acontecimiento trascendente porque, además de ser un evento histórico, verificado y atestiguado mediante signos y testimonios, transciende y sobrepasa la historia como misterio de la fe, en cuanto implica la entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios. Por este motivo, Cristo resucitado no se manifestó al mundo, sino a sus discípulos, haciendo de ellos sus testigos ante el pueblo.
129. ¿Cuál es el estado del cuerpo resucitado de Jesús?
645-646
La Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrena. Su cuerpo resucitado es el mismo que fue crucificado, y lleva las huellas de su pasión, pero ahora participa ya de la vida divina, con las propiedades de un cuerpo glorioso. Por esta razón Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer a sus discípulos donde quiere y bajo diversas apariencias.
130. ¿De qué modo la Resurrección es obra de la Santísima Trinidad?
648-650
La Resurrección de Cristo es una obra trascendente de Dios. Las tres Personas divinas actúan conjuntamente, según lo que es propio de cada una: el Padre manifiesta su poder, el Hijo «recobra la vida, porque la ha dado libremente» (Jn 10, 17), reuniendo su alma y su cuerpo, que el Espíritu Santo vivifica y glorifica.
131. ¿Cuál es el sentido y el alcance salvífico de la Resurrección?
651-655
658
La Resurrección de Cristo es la culminación de la Encarnación. Es una prueba de la divinidad de Cristo, confirma cuanto hizo y enseñó y realiza todas las promesas divinas en nuestro favor. Además, el Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, es el principio de nuestra justificación y de nuestra resurrección: ya desde ahora nos procura la gracia de la adopción filial, que es real participación de su vida de Hijo unigénito; más tarde, al final de los tiempos, Él resucitará nuestro cuerpo.
«JESUCRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS, Y ESTÁ SENTADO
A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODOPODEROSO»
132. ¿Qué representa la Ascensión?
659-667
Cuarenta días después de haberse mostrado a los Apóstoles bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, que velaban su gloria de Resucitado, Cristo subió a los cielos y se sentó a la derecha del Padre. Desde entonces el Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado.
«DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR
A VIVOS Y MUERTOS»
133. ¿Cómo reina ahora el Señor Jesús?
668-674
680
Como Señor del cosmos y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un día volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto, vivimos vigilantes, pidiendo: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
134. ¿Cómo se realizará la venida del Señor en la gloria?
675-677
680
Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios.
135. ¿Cómo juzgará Cristo a los vivos y a los muertos?
678-679
681-682
Cristo juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. Así se realizará «la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), en la que «Dios será todo en todos» (1 Co 15, 28).

miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA LIGA ÁTICA Y EL IMPERIALISMO ATENIENSE por Elena Gallardo Paúls


http://www.eolapaz.es/domo-historia/2ant-peloponeso.htm

La verdadera herencia de las Guerras Médicas fue el surgimiento del dualismo espartano-ateniense, que marcó la historia política y militar del s.V con la coexistencia entre Esparta, primera potencia terrestre y líder de la Liga del Peloponeso, y Atenas, creadora de una talasocracia sin rival en el Egeo.
La época de las tiranías evidenció la necesidad de la intervención de polis fuertes militarmente como Esparta para recomponer el orden. Aunque esta ciudad no conoció regímenes tiránicos, estuvo siempre amenazada interiormente por los grupos sometidos de su sistema, los ilotas, por lo que era la primera interesada en contar con el apoyo militar exterior. A finales del s. VI estrechó relaciones con las polis cercanas a su territorio (Corinto, Mégara) y se formó un grupo de ciudades con intereses mutuos y de hegemonía espartana, que se denominó la Liga del Peloponeso. Esparta concertó con cada estado miembro un tratado multilateral que estipuló los derechos y obligaciones de los coligados.
Todas las polis habían intervenido de alguna manera en las Guerras Médicas y el miedo a nuevos ataques persas dio lugar a la conformación de una agrupación de ciudades denominada Liga Helénica (481). Esta liga estuvo comandada por ESPARTA.
Paralelamente, en el invierno de 478, algunas polis griegas firmaron con Atenas un pacto de alianza con el compromiso de continuar la lucha contra el persa hasta la liberación de las ciudades griegas en todas las costas del Egeo y los estrechos hasta el Bósforo. La hegemonía fue otorgada a ATENAS, superior por su flota, y los coligados debían contribuir a esta guerra en el mar según sus posibilidades y preferencias: aportando trirremes con tripulaciones o satisfaciendo un impuesto a la caja de la guerra. Se escogió el santuario de Apolo, en la isla de Delos, como sede del consejo de esta Liga, depósito del tesoro y emblema religioso de la nueva entente. Nacía así la Liga Delo-Ática, institución que suponía la cristalización del nuevo espíritu panhelénico despertado por las Guerras Médicas, en la que los estados pertenecientes fueron declarados iguales. Esparta permaneció al margen, y sus aliados la imitaron.
El nacimiento de la Liga de Delos y la ya existente Liga del Peloponeso, hicieron que la Liga Helénica no tuviera ningún efecto, porque Grecia se había dividido entre la Liga del Peloponeso y la Liga de Delos, o, lo que es lo mismo, entre aliados de Esparta y de Atenas, que tenían dos formas totalmente diferentes de entender la vida y la guerra.


LA LIGA ATICO-DELICA
La isla de Delos se convirtió en la sede donde se reunían los representantes de todos las polis aliadas. Todos los estados, incluido Atenas, emitían un único voto por representante y todos tenían un solo representante, pese a lo que Atenas se hizo con el poder absoluto de la Liga al controlar el voto de numerosos estados pequeños que, por miedo o por afinidad política, seguían los dictados atenienses. Todos los miembros debían contribuir con tropas al ejército de la Liga, contemplándose la posibilidad de aportar dinero (phoros) al Tesoro de la Liga en caso de no poder contribuir con soldados. Los gastos se repartían de forma equitativa. El tesoro de la Liga, que llegó a ser inmenso, se puso bajo la custodia del templo de Apolo de Delos.
La Liga se constituyó como una alianza a perpetuidad con el objeto de luchar unidos ante enemigos comunes; pero en ningún momento se estipularon los derechos y condiciones bajo los que una polis en concreto podía abandonar la alianza. Atenas, como cabeza indiscutible de la Liga, se aprovechó de este vacío legal para castigar todo intento de sedición.
En el 470 a.C., superado el peligro persa y ante el cada vez más evidente aprovechamiento de la Liga para el beneficio ateniense, Naxos abandonó la alianza. Atenas no podía consentir semejante acción, por lo que se procedió a reincorporar a Naxos por la fuerza. Esto dio el poder absoluto a Atenas y creó una nueva categoría de asociados, los estados sometidos, cuyo número creció incesantemente.
En el año 464 a.C. Esparta, tras los desastres de un terremoto y una sublevación general de los ilotas y mesenios, se vio obligada a pedir ayuda a Atenas. Cimón y 4.000 hoplitas atenienses acudieron, pero una vez que pasó el peligro, los espartanos expulsaron a los atenienses, lo que supuso la ruptura de relaciones. El desaire espartano también tuvo como consecuencia el ostracismo de Cimón y que el partido democrático se hiciera con el poder.
El nuevo jefe de la política ateniense era Efialtes (462 a.C.), que puso en marcha un proceso reformador tendente a desplazar al Areópago como tradicional fuente de poder. Fue asesinado en el 461 a.C., pero Pericles tomó el relevo y llevó la política reformadora hacia lo que después se dio en llamar democracia radical. Pericles (arconte desde 461) hizo de Atenas la primera y más importante ciudad griega y consiguió la total hegemonía sobre las demás ciudades de la Liga de Delos. Era el comienzo de un imperio sometido a Atenas que era quien dirigía la armada, la marina y la diplomacia y que quiso además establecer en las ciudades su propio régimen político.
Atenas llevó a cabo una política continental tendente a reforzar su posición sobre Esparta; para ello, y aprovechando la debilidad de Esparta como consecuencia de la sublevación ilota, intentó atraerse la fidelidad de los aliados espartanos: logró la adhesión de Argos, Mégara y Tesalia. Tal crecimiento del poder ateniense molestó a Esparta, pero su situación interna le impedía hacer frente al poderoso enemigo.
Las defeccciones de generalizaron y los impagos de tributo se hicieron frecuentes, pero Atenas empezaba, a pesar de sus victorias, a dar síntomas de agotamiento. Por ello, hacia el 454 a.C. firmó una tregua por cinco años con Esparta. Posteriormente, hacia el 449-448 a.C. firmó la paz con Persia mediante el misterioso tratado de Calias, (del cual se duda incluso si llegó a existir). La paz con Esparta no llegó a cumplirse y los conflictos prosiguieron. Tras años de guerras y enfrentamientos, la Paz de los Treinta Años (446) fijó las fronteras entre Atenas y Esparta, así como sus respectivas áreas de influencia. Las pocas polis que no perteneciesen a ninguna de las dos ligas, es decir, las neutrales, podían adherirse libremente a cualquiera de ellas o permanecer independientes.
DE LA LIGA AL IMPERIO.
La transformación de una alianza interestatal encabezada por Atenas, pero en la que todos los países conservaban su independencia, a un imperio ateniense fue un proceso lento. Desde un primer momento Atenas encabezó la Liga de Delos, pero el resto de las polis se beneficiaban de una formidable maquinaria bélica que les mantenía a salvo de los persas, cuya dominación era mucho más odiada que la de los atenienses.
En la evolución de la Liga en Imperio hubo dos hitos importantes:
-en 454 a.C., alegando motivos de seguridad tras la derrota en Egipto, los atenienses se adueñaron del Tesoro de la Liga y lo transportaron a Atenas; la Acrópolis sustituyó como santuario al tradicional de Apolo en Delos. Ideológicamente, Pericles lo justificó diciendo que Atenas tenía que ser el centro porque ya había librado a los griegos del peligro persa;
-en 449 se firmó el Tratado de Calias de paz con Persia, por el cual la Liga perdía todo su sentido. No obstante, la Liga permaneció viva debido al empeño de Atenas, que veía en ella el mejor vehículo para extender su poder por Grecia.
Para afianzar su dominio sobre la Liga Atenas recurrió a la fuerza de su escuadra, que atacaba cualquier polis que intentara abandonar la Liga.
Por otro lado, Atenas hizo un próspero proselitismo a favor del establecimiento de instituciones en todos sus aliados, que en algunas ocasiones llegó incluso a la imposición forzosa de asambleas ciudadanas o al derrocamiento de gobiernos autoritarios. Atenas dotó a algunos de sus aliados con guarniciones militares atenienses, cleruquías, en teoría en beneficio de su seguridad, pero en la práctica como método de control; del mismo modo, enviaron comisarios que vigilaban que se cumpliesen lo ordenado. Creó la proxenia, institución por la cual un ciudadano de un Estado aliado, al servicio de Atenas, se encargaba de defender y hacer respetar los intereses de Atenas en esa ciudad.
La Liga, una vez convertida en un utensilio al servicio de Atenas, adquirió un gran papel económico. La fuerza principal de la Liga, y el objeto que en última instancia mantenía su integridad, era la impresionante flota, que acabó por constituirse en el mejor medio para poner fin a la piratería en el Mediterráneo oriental y facilitar la prosperidad del comercio de todos los miembros de la Liga. Para muchos miembros de la Liga, esta seguridad y los beneficios comerciales de ella derivados no compensaban la pérdida de su independencia ni el pago del tributo a la Liga (phoros), lo cual explicaría la multitud de sublevaciones que se desarrollaron en su seno.
Al constituirse la Liga se estipuló el phoros como medio de compensar la no prestación de ayuda militar por parte de algunos aliados. Reunidos todos los fondos de la Liga y tras hacer frente a los diversos gastos de defensa, el dinero sobrante se ingresaba en el Tesoro de la Liga. La gran beneficiada del uso del Tesoro era invariablemente Atenas, ya fuese directamente o bien por medios indirectos como la contratación de su mano de obra para las diferentes obras sufragadas a costa de los ingresos de la Liga. Un paso muy significativo de la influencia de Atenas sobre sus aliados se dio hacia el 449-448 a.C. y consistió en la unificación de moneda, pesos y medidas de todos los miembros de la Liga según los establecidos en el Ática.
En el 431 a.C. el imperialismo ateniense, en su momento de mayor apogeo, chocó frontalmente con los intereses de Esparta y, sobre todo, Corinto. Dicho enfrentamiento, que se extendió de forma intermitente hasta el 404 a.C., ha pasado a la Historia con el nombre de la Guerra del Peloponeso. Al final de la Guerra del Peloponeso todos los contrincantes se encontraban exhaustos, pero la gran derrotada fue Atenas, la cual firmó la paz a costa de renunciar a su Imperio, a las fortificaciones de la ciudad y a su flota, la fuente de su poder. La hegemonía pasaba ahora a Esparta, la gran triunfadora del conflicto.

martes, 22 de febrero de 2011

REPORTAJE: PENSAMIENTO ¡SOR-PRE-SA! PO R JAVIER GOMÁ LANZÓN PARA BABELIA , EL PAIS DE MADRID 19/2/2011.



1965 (Bilbao - España) Licenciado en Derecho, Filología y Filosofía.




Tener cultura es tener conciencia histórica, lo que conduce por fuerza a una conciencia crítica, autónoma y razonadora

El día de nuestro cumpleaños un amigo que actúa de gancho, sirviéndose de engaños y martingalas, nos conduce a la hora convenida a su casa o a la nuestra y allí otros amigos, concertados con el primero, abren de repente las puertas correderas o salen de su escondite en el salón y corean al unísono: "¡Sor-pre-sa!". Lugares y rostros son quizá los mismos de siempre, pero en ese momento lo percibimos todo con una teatralidad que rompe su habitual apariencia. Suele decirse que la curiosidad es el origen del conocimiento; puede que lo sea del científico, pero en el origen de la cultura se halla, a mi juicio, este efecto de estupefacción ante lo natural. ¿A qué podríamos comparar la actitud del hombre verdaderamente cultivado? Al extrañamiento que a veces nos produce la visión de nuestro propio brazo.

A los ojos del hombre sin cultura -sea o no hombre de vastas lecturas- cuanto le rodea disfruta de la seguridad, evidencia, sencillez y neutralidad de los hechos de la naturaleza. De igual manera que los planetas avanzan por sus órbitas, el mundo es para él un conjunto de actos regulares y previsibles, intemporales en su incuestionada validez. Lo que hace de él un yo, el entorno en que vive, las ideas que se le transmiten, el conjunto de creencias latentes en las que flota, las pulsiones, afectos y deseos que alberga, las fuentes de su placer y su dicha, las costumbres que le sostienen, las instituciones que rigen su ciudadanía, el régimen político que le gobierna, los ideales que movilizan sus emociones: todo ello es, para el hombre sin cultura -tenga o no título universitario- un mero datum, algo que está ahí, siempre lo ha estado y siempre lo estará.

Hay días que contemplamos nuestro brazo extendiéndose por nuestro campo de visión y nos desasosiega ese remo de nuestra anatomía. ¿Qué hace eso ahí? Algo semejante nos sucede cuando empezamos a comprender que la imagen del mundo dominante en una cultura, que se nos presenta con la estabilidad, regularidad y fijeza de un hecho de la naturaleza, dotado de una objetividad autónoma y trascendente al hombre, es en realidad una criatura, un "constructo" contingente de ese mismo hombre. Ese hallazgo le produce un estremecimiento no inferior al que sacudió a Jim Carrey cuando, en El show de Truman, vislumbró, por una pluralidad de indicios, la artificialidad del universo que habitaba, convertido en estudio de televisión. El axioma cultural por antonomasia rezaría como una perífrasis de la famosa sentencia de Ortega: la cultura no tiene naturaleza sino historia. En cuanto entidades simbólicas, no somos hijos biológicos de la madre naturaleza sino padres adoptivos de la cultura que producimos y cuando descubrimos esta paternidad imprevista, sentimos una extrañeza pareja a la que a veces nos suscita nuestro propio cuerpo.

Y así como la paternidad biológica puede ser deseada o no mientras que la adoptiva lo es siempre, así también nosotros, tras superar la perplejidad inicial, podemos elegir gozosamente la cultura de nuestro tiempo como resultado de una decisión meditada, y no por forzada necesidad. Caigo en la cuenta de que todo lo que soy, pienso y siento, y todo cuanto existe en la realidad, está históricamente mediado. Tener cultura no es saber mucha historia sino un negocio más sutil: tener conciencia histórica, lo que es una forma de autoconocimiento. No es lo mismo almacenar datos del pasado que ser consciente de la historicidad de lo humano, aunque a veces lo primero lleva a lo segundo.

Una conciencia histórica de estas características presenta tres ventajas:

La primera permite asombrarse por los increíbles logros conseguidos por la humanidad haciéndose cargo de los sufrimientos y el esfuerzo colectivo que han requerido. Así podemos, por ejemplo, admirarnos de que sólo en tiempo reciente el hombre haya consentido en renunciar mayoritariamente a la venganza privada y, cuando sufre un daño que estima injusto, en delegar en un tercero la determinación de la culpa y la administración del castigo, en lugar de tomarse la justicia por su mano. Ídem de lienzo respecto a la dignidad del hombre, el reconocimiento de la libertad individual, la protección del Estado social o la alternancia democrática. El inculto -sea o no intelectual reconocido y creador de opinión pública- descuenta estas conquistas, como un niño mal criado, y quizá hasta las desdeña, aburrido. Quien sabe que las sociedades antiguas, por estar privadas de ellas, fueron moralmente peores en este aspecto a las modernas llega a comprender que es un prodigio civilizatorio que la comunidad actual haya logrado ponerse colectivamente de acuerdo en principios o costumbres como los mencionados.

En segundo lugar, ese hombre puede temerse que, si no se cuidan estos grandes avances morales de la civilización, quizá se malogren en el futuro, arruinando los sacrificios que costaron. Por tanto, el hombre cultivado estará inclinado a mantenerse siempre alerta en una especie de estado de ánimo escatológico previendo los peligros que acechan, pues la suya es una mirada de madurez que anticipa el carácter precario, vulnerable y reversible de todo lo humano, y al ser sensible a la fragilidad del progreso moral, se dejará más fácilmente involucrar en su activa defensa.

Y, por último, si la cultura descansa sobre fundamentos contingentes, sus contenidos son por eso mismo susceptibles de discusión y, cuando procede, de refutación, revisión y abandono. La conciencia histórica, por consiguiente, conduce por fuerza a una conciencia crítica, autónoma y razonadora, que discrimina, en lo presente, aquello que merece conservarse de aquello que debe reformarse.

¿Qué es, pues, ser un hombre culto? Sólo una cuestión de detalles: sorprender la artificialidad del mundo, cultivar la conciencia histórica y crítica, y comprometerse en la continuidad de lo humano. Todo lo demás, como dice Verlaine, es literatura: "Car nous voulons la nuance encore / Pas la couleur, rien que la nuance. / Et tout le reste es littérature".

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martes, 15 de febrero de 2011

LOS CATOLICOS EN EL SIGLO XXI: FILOSOFÍA Y TEOLOGÌA DE LA HISTORIA.


El Dr. Roberto De Mattei, filosofo italiano es Vicepresidente del Consigilio Nazionale Delle Ricerche,invitado al V° ENDUC que brindó la Conferencia Inaugural titulada: "Los católicos en el siglo XXI: filosofía política y teología de la historia".

Ilustres colegas, estimados amigos:

Es para mí un gran honor, pero también un gran placer, participar en este importante congreso, que me da la oportunidad de escuchar y conocer a los mejores representantes de la vida intelectual de vuestra nación. Lo hago dedicando mis pocas palabras a la memoria de Monseñor Giuseppe Canovai, una gran figura, particularmente querida para mí, de testimonio de Cristo en esta tierra.
El tema sobre el que me adentraré tiene que ver con el papel de los católicos en el siglo XXI.

La filosofía política del Evangelio

Partiré de una afirmación de Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate.
Dios –afirma el Santo Padre en el n. 56 de aquel documento- debe encontrar “un lugar también en la esfera pública, en especial referencia a las dimensiones culturales, sociales, económica y, en particular, política”. “La Doctrina Social de la Iglesia –agrega Benedicto XVI- nació para reivindicar este Estatuto de ciudadanía”. Se trata del mismo concepto afirmado por Pío XII en la alocución consistorial del 20 de febrero de 1946: “La Iglesia (...) deberá más enérgicamente que nunca rechazar aquella falsa y estrecha concepción de su espiritualidad y de su vida interior que quisiera limitarla, ciega y muda, dentro de los muros del Santuario”. La Iglesia tiene derecho a difundir su mensaje no sólo privadamente, a cada individuo, sino también públicamente, a todas las naciones, según el mandato de su Divino Fundador (Mt. 28, 19 ss.).
Esta declaración insta a los católicos a una obra de importancia primordial: la restauración moral entre la esfera pública y la esfera privada, después del estrepitoso fracaso histórico del intento de separar estos dos aspectos indisolubles del obrar humano.
La separación de la esfera pública de la privada se presenta con el humanismo italiano, en el siglo XV, que, al romper la unidad de la cosmovisión medieval, pretende asignar al hombre no uno, sino dos propósitos distintos: uno natural y otro sobrenatural. El primero sometido a las leyes de la razón humana, el segundo a las de la Iglesia, como si entre estos dos fines pudiese existir separación y contraste. Maquiavelo teorizó por primera vez, como un hecho dado, la existencia de una diferencia entre la moral individual y pública del príncipe; la primera útil para salvar el alma, la segunda para mantener su propio reino. A Maquiavelo lo siguieron Lutero, Grocio, Hobbes, Rousseau, Gramsci, la Revolución Francesa y la comunista: hombres y movimientos históricos que propusieron concepciones políticas diversas, partiendo de una premisa común: la separación de la política y de la moral. El resultado de este proceso fue la absorción de la moral en la política, por parte de los sistemas totalitarios del s. XX, el comunismo y el nacionalsocialismo. Y ningún siglo ha sido hasta ahora tan inmoral como el XX, un Moloch sanguinario que ha traicionado todas sus promesas. Hoy los totalitarismos del s. XX han caído, pero la democracia relativista que los ha sucedido ejerce un poder no menos totalitario, justamente porque se funda en la separación entre política y moral.
El ejercicio de la autoridad soberana en la sociedad del Ancien Régime estaba subordinado a la observancia de las leyes morales que constituían el mismo fundamento de la soberanía. Como recuerda el gran Jaime Balmes, en las monarquías europeas llamadas absolutas prevalecía el principio según el cual no es el monarca, sino la ley la que tenía el control. Esta ley, universalmente reconocida, era la ley divina y natural. La soberanía de los llamados monarcas absolutos era absoluta en cuanto única e indisoluble, pero nunca fue arbitraria, sin fronteras morales que la limitasen.
La democracia moderna, hija de la Revolución Francesa, ha transferido al legislador un poder soberano, sin ningún tipo de limitación: la voluntad de la mayoría se convierte en la fuente suprema de la moral. La ausencia de normas morales hace posible, por ejemplo, que los parlamentos impongan leyes que niegan la protección de la vida en todas sus fases, desde la concepción hasta la muerte natural, leyes que niegan la unidad y la unicidad de la familia natural, leyes que autorizan cualquier forma la manipulación genética.
En estos temas, en los últimos años, tanto en Europa como en ambas Américas se encendió un debate vivo y áspero a veces, especialmente después de las intervenciones de Juan Pablo II y Benedicto XVI entorno a los valores denominados "no negociables". A la presunta injerencia de la Iglesia en la esfera pública, se opone la visión neo-separatista del laicismo, según la cual los problemas morales deberían dejarse en el ámbito individual, sin entrar a formar parte del debate político público. Esta concepción de la neutralidad ética y religiosa del Estado se refiere a los principios del liberalismo del siglo XIX. En el siglo XIX, el pastor calvinista francés Alexandre Vinet proclamó el principio de "Iglesia libre en Estado libre", luego recogido por el conde de Cavour y por los adherentes al Risorgimento italiano. La libertad del Estado se entiende como una absoluta independencia de cualquier vínculo religioso y moral, y, por tanto, como un agnosticismo sustancial, mientras la libertad de la Iglesia coincidía con la estricta libertad de conciencia de los individuos.
La fórmula laicista "Iglesia libre en un estado libre" no tiene nada que ver con la sentencia evangélica: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21, Mc 12,17, Lc 20 25). La fórmula del Evangelio, de hecho, distingue dos autoridades distintas, el Estado y la Iglesia, pero no confiere el poder sobre la vida pública a la primera y sobre la vida privada a la segunda. La jurisdicción de la Iglesia, maestra de fe y de moral, se extiende, de acuerdo con el mandato de Jesucristo, al campo de la verdad revelada y de la ley natural, inscrita por Dios directamente en el corazón de cada hombre. El Estado, ciertamente distinto y autónomo de la Iglesia, no tiene derecho a legislar contra la fe, porque eso significaría interferir en la vida de la Iglesia, pero no tiene derecho incluso a legislar contra la expresión pública de la moral natural, porque la ley moral es la primera de las leyes del Estado y no puede ser contradicha por el Estado. Si el Estado no se conforma a la ley divina y natural, entra necesariamente en conflicto con la Iglesia. La neutralidad religiosa y moral del Estado, entendida como falta de elección por parte del Estado, es una abstracción que no tiene fundamento en la realidad. Quitar, por ejemplo, un crucifijo de un lugar público no es un acto neutral, carente de sentido, sino una opción de principio no menos significativa que exponerlo y honrarlo públicamente.
La vida política del Evangelio se funda sobre la máxima “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”: una sentencia que presupone la distinción, pero no la separación entre las dos esferas, la pública y la privada, y su armonía sobre las bases de un común fundamento ético y metafísico. El católico debe luchar para lograr que la sociedad pública reconozca el valor de la ley moral y del orden natural y cristiano. Esta ley y este orden se fundan en principios evidentes “que son conocidos indefectiblemente” (Summa Theologica, I, q. 79, a. 12, ad 3).

El primer principio moral inmediatamente evidente al hombre es aquel según el cual se requiere hacer el bien y evitar el mal: bonum faciendum et malum vitandum. Este principio primero moral tiene un fundamento metafísico, puesto que el mejor bien a hacer es el amor de Dios y al prójimo y los preceptos de la ley moral se resumen en amar a Dios sobre toda cosa y a las demás personas como a nosotros mismos (Santo Tomás, In Matth. Evang. Lect., C. 12, lect. 4). La ley natural es la regla que nos ayuda a determinar el bien a hacer y el mal a evitar:
Postulando la existencia del bien y del mal, el principio del bonum faciendum et malum vitandum presupone la existencia de un orden objetivo e inmutable de verdad y valores morales anteriores a nuestra razón. La razón descubre este orden antes que nada en el propio corazón, ya que este orden es una ley grabada "en las tablas del corazón humano con el mismo dedo del Creador" (Romanos 2: 14-15). La ley moral es válida justamente porque cada hombre la lleva impresa en su conciencia: no podría tenerla impresa en la conciencia, si esta ley no estuviera arraigada en la naturaleza humana. Si, por el contrario, una naturaleza humana estable y objetiva no existe, no puede existir voz de la conciencia y la ley divina se convierte en exterior e extrínseca al hombre, impuesta por la voluntad mudable de las democracias parlamentarias. Si la moralidad coincide con la ley positiva promulgada por los parlamentos, la preocupación de los ciudadanos se convierte en un uniformarse a la ley, no por una adhesión íntima, sino por puro respeto exterior, motivados sólo por temor al castigo ocasionado por la trasgresión. La ley moral pierde su punto último de referencia, no sólo de la metafísica, es decir de Dios, fundamento último de toda ley, sino también de la conciencia humana, que es el primer ámbito en que la ley de Dios se manifiesta.
Del principio según el cual es necesario hacer el bien y evitar el mal se abre una consecuencia necesaria: no es lícito a nadie, y en ninguna esfera, ni privada ni pública, hacer el mal. El mal, que es la violación de la ley moral, puede ser, en casos excepcionales, tolerado, pero nunca positivamente cumplido: esto significa que ninguna circunstancia, ninguna buena intención, podrá jamás transformar un acto intrínsecamente malo en un acto humano bueno o indiferente. Lo que es intrínsecamente malo –dice santo Tomás- nullo modo bene fieri potest” (“de ninguna manera puede llegar a ser un bien”) (Summa Teologica, I-IIae, q. 89, art. 6, ad 3).
El hombre no puede jamás llevar a término el mal, ni en la vida privada ni en la vida pública; Benedicto XVI lo ha reafirmado en el discurso del 28 de abril de 2010: “Cuando los derechos fundamentales de la persona o la salvación del alma lo exigen –dijo- los pastores tienen el grave deber de emitir un juicio moral, incluso en materia política. Al formular tales juicios –agregó- los pastores deben tener en cuenta el valor absoluto de aquellos preceptos morales negativos, que declaran moralmente inaceptable la elección de una determinada acción intrínsecamente mala e incompatible con la dignidad de la persona; tal elección no puede ser liberada de la bondad de algún fin, intención, consecuencia o circunstancia.
Benedicto XVI reiteró no sólo la existencia de "absolutos morales" que nunca, bajo ninguna circunstancia, pueden ser trasgredidos, sino también el deber de la Iglesia de afirmar tales principios morales, incluso en asuntos políticos.
La Iglesia tiene el derecho de expresar su parecer sobre todos los temas religiosos y morales que conciernen al hombre, tanto de la vida privada cuanto de la pública.
La apelación se dirige a todos, también a los políticos; en efecto, los obispos son pastores de todas las almas, incluidas las de los políticos, y deben recordarles su obligación de promulgar leyes de acuerdo con los principios del orden natural y cristiano. "Al confiar a Pedro su propio rebaño, el Señor ciertamente no tuvo la intención de hacer una excepción con los reyes", escribió San Gregorio VIII, reivindicando el principio de la suprema y universal jurisdicción del Pontífice sobre todos los hombres, sin exceptuar a los reyes, retomada en la 19 sentencia del Dictatus Papae. "Frente a las normas morales que prohíben el mal intrínseco – afirmaba, a su vez, Juan Pablo II en Veritatis Splendor - no hay privilegios ni excepciones morales para nadie"(n. 96).
Desde el punto de vista de este orden supremo, no hay diferencia entre los hombres y la comunidad social y civil, porque los hombres unidos en sociedad están, en la misma medida que los individuos, sometidos a la autoridad de la ley natural. El Estado tiene como fin propio procurar el bien temporal, y es soberano en su esfera. Pero la Iglesia tiene el derecho de ver respetada la ley natural de quien custodia y sobre quien se funda la sociedad humana. La Iglesia no tiene una fuerza política, económica o mediática que pueda oponer al mundo. De la única arma que dispone es la verdad religiosa y moral que custodia. Definir la verdad y el bien, condenar el error y el mal, hablar de lo que Benedicto XVI ha definido “valores no negociables” –vida, familia, educación- forma parte de la misión misma de la Iglesia.
La teología de la historia cristiana

Al cristiano que se desempeña en la vida pública no le basta una filosofía política, requiere de una teología de la historia. Dom Prosper Guéranger recuerda que así como para el cristiano no existe una filosofía por sí misma, tampoco existe una historia puramente humana; el hombre ha sido llamado por Dios a un estado sobrenatural; éste es su fin; la historia de la humanidad debe ofrecerle testimonio. Esto significa que la historia no puede prescindir de la filosofía y ésta no puede dejar de lado a la teología, porque no existe, ni puede existir, verdadero conocimiento del hombre fuera de la Revelación. La Revelación no era en sí misma necesaria: el hombre no tenía derecho alguno a ella; pero Dios la ha dado y la ha promulgado; desde entonces la naturaleza por sí misma no es ya suficiente al momento de explicar al hombre.

La aparición del Verbo Encarnado en la tierra es el punto culminante de la Revelación divina y de toda la historia humana, que desde este evento, como recuerda Dom Guéranger, se divide en dos grandes épocas: antes y después del nacimiento de Jesucristo."Antes de Jesucristo una espera de muchos siglos; después de Jesucristo, una duración cuyo secreto es desconocido para el hombre, porque ningún hombre sabe la hora de nacimiento del último elegido, para quienes el Hijo de Dios se encarnó y el mundo es conservado".

“La gran ley de la historia –observa, a su vez, un gran escritor jesuita, el padre Henri Ralière-, o sea, el objetivo supremo propuesto por la voluntad divina a los individuos, a las sociedades y a la humanidad entera es el establecimiento del Reino de Cristo”; es decir, "la similitud perfecta y la completa sumisión de los individuos, de los pueblos y de toda la humanidad al hombre-Dios, modelo soberano de toda perfección y soberano Señor de todas las cosas": La historia de la humanidad entre la Encarnación y la Parusía, el regreso de Jesucristo a la tierra al final de los tiempos, es por lo tanto la historia de la realización del Reino de Cristo, en el Cielo y en la tierra, contra todos los intentos de socavar los frutos de la Encarnación a través de los siglos. En esta perspectiva, en la Encíclica Quas Primas, el Papa Pío XI opone a lo que él definió "la peste del laicismo," la doctrina de la Realeza social de Cristo, fundada sobre la unión hipostática, por la que Jesucristo tiene la potestad, como Dios y como Hombre, sobre todas las criaturas.

Las creaturas racionales participan de este plano divino, con su inteligencia y con su libertad infinita e imperfecta, porque sólo Dios es inteligencia y libertad infinita. En cuanto creaturas limitadas, éstas pueden resistir la voluntad divina y buscar un fin diverso del dispuesto por el Creador, pero su rechazo no tiene posibilidad de destruir el plano divino; de lo contrario se debería concluir que el Omnipotente puede ser derrotado por los frágiles seres que Él mismo ha creado.

Esta teología de la historia presupone no sólo la existencia del bien y del mal, sino de hombres, de movimientos y de corrientes que en la historia trabajan a favor o en contra del bien, o postula la existencia, junto a la Iglesia, de sus enemigos. Es el misterio del mal, que surge desde el primer momento de la creación, cuando los ángeles se dividieron y su escisión no fue una simple separación, sino que fue una lucha que tuvo lugar en los cielos, la primera guerra de la historia, una guerra sin cuartel que desde entonces se reitera y está destinada a renovarse hasta el final de los tiempos. El pensamiento católico de los siglos XIX y XX ha definido a este anticristianismo operante en la historia con el nombre de Revolución y ha identificado las etapas en el humanismo y la Revolución protestante, en la Revolución francesa y en la comunista.

La Iglesia, al igual que su Fundador, ha sido combatida y perseguida desde sus orígenes. Las persecuciones comenzaron en Roma, en tiempos de Nerón, el primer gran perseguidor, a quien se atribuye el aforismo jurídico según el cual christianos esse non licet: “no está permitido ser cristianos”; ser cristianos es un delito pasible de castigo: cárcel, trabajos forzados, exilio, la exposición a las fieras o al fuego, la crucifixión, y cualquier otro tipo de muerte fueron los castigos que esperaban a los cristianos desde los primeros siglos, sólo porque eran cristianos. En la sentencia de Nerón ya encontramos formulada aquella moderna, repropuesta por Voltaire, en el tristemente célebre Tratado sobre la Tolerancia: ninguna tolerancia con los intolerantes. Cualquier cosa puede ser tolerada, excepto el cristianismo, o más bien excepto la expresión íntegra y coherente de la vida y de la doctrina cristiana, sobre todo en la vida pública. Desde entonces la historia del Cristianismo es también la historia de sus persecuciones, incluso las de hoy, que se renuevan en cada rincón de la tierra.

No tenemos tiempo para trazar el cuadro de las persecuciones contemporáneas, pero éste es vasto y la bibliografía abundante. Me interesa más que nada insistir en un elemento importante. Las persecuciones no son desastres naturales, como los terremotos y las inundaciones. En el caso de los desastres naturales es difícil de predecir las graves desgracias y lo más importante es imposible detectar y combatir a los responsables. Responsable es la naturaleza y lo que depende de la naturaleza no depende del hombre, sino de los misteriosos designios de Dios, con los cuales los hombres no pueden más que concordar su voluntad.

Las persecuciones, por el contrario, son actos humanos deliberados: presuponen la existencia de perseguidores, es decir, de hombres inteligentes y libres, impulsados por sentimientos o ideas contrarias a las de la Iglesia. Este punto es fundamental, porque con demasiada frecuencia se olvida que no existe sólo el cristianismo, es decir, la religión de los que creen y aman a Jesucristo y a su Evangelio; existe también el anticristianismo, es decir, la ideología de los que no sólo no creen en la religión cristiana, sino que la odian y la combaten.

A la teología cristiana de la historia se opone, a partir del humanismo, una visión del mundo basada en la negación de la dimensión trascendente de la historia. La historia, según esta concepción, no tiene criterios meta-históricos, de orden ético o metafísico, que la puedan juzgar. El progreso, secularización de la idea de Providencia, es la ley inmanente y necesaria del llegar a ser humano. La concepción del hombre como ser perfectible, capaz de un mejorar ilimitado, típica del humanismo, forma parte de la Ilustración, como perfeccionamiento continuo y necesario de la humanidad.

Con la revolución francesa, el Verbo del Progreso se encara en la historia. Las grandes interpretaciones de la historia y los esquemas generales de su periodización –de Hegel, de Marx, de Comte - se forman en el replanteamiento de la Revolución francesa, considerada el evento decisivo que marca el tránsito a una civilización moderna post-cristiana. La idea de progreso como ley necesaria de la historia es el "dogma" sobre el que se funda la idea de la modernidad. La historia se convierte en un recorrido irreversible, caracterizado por un continuo e ilimitado mejoramiento hacia un futuro considerado inevitablemente mejor que el pasado y que el presente. Hegel pudo así definir la historia como Weltgeist, "el camino racional, necesario del espíritu del mundo". La idea de progreso domina las principales corrientes del pensamiento europeo del siglo XIX - desde el liberalismo hasta el socialismo – y penetra en el interior de la Iglesia con el modernismo.

Las religiones seculares del siglo XX absorben la moral en la política y se presentan como un intento de construir, sobre las ruinas de la Cristiandad, una civilización moderna, emancipada de los principios fundamentales del orden natural y cristiano. El socialismo y el comunismo en el siglo XX se presentan como religiones seculares en las que la humanidad se auto-redime del mal y alcanza en la historia y a través de la historia su ilusorio paraíso terrestre.

De allí que asuma el papel de "redentora" de la humanidad, al interior de un recorrido en cuyo horizonte inmanente se sustituye el sobrenatural, el "futuro histórico" al paraíso celeste. Esta visión historiográfica constituye una secularización de la teología de la historia cristiana o, para usar los términos de Eric Voegelin, una "inmanentización" del eschaton cristiano, según el cual Dios crea la historia, la trasciende y la dirige a su fin.


Después de la caída del comunismo: el Islam

Después de la caída del comunismo, el último gran “sueño de construcción” del siglo XX, el viento el relativismo nihilista caracteriza el horizonte contemporáneo. Este nihilismo constituye la verdadera esencia del anticristianismo, que no consiste en lo que pretende construir, sino en lo que quiere destruir. En este sentido, la caída del comunismo y la brusca partida de la idea marxista de Revolución no es el abandono de la Revolución, sino sólo el eclipse de la justificación conceptual, que en un determinado momento histórico el anticristianismo ha querido dar del proceso de secularización de la sociedad.

El Islam se está convirtiendo en el comunismo del siglo XXI, volviendo a proponer a Occidente, en nuevos términos, la dimensión mesiánica y pseudo-religiosa del totalitarismo del siglo XX. Las religiones seculares del siglo XX hacían un llamamiento a la necesidad de absoluto, a la exigencia sacralidad connatural al alma humana. Hoy, cuando, con la caída de la Unión Soviética, la Revolución comunista parece haberse disuelto en el pragmatismo de la sociedad tecnológica, el momento de la religión secular del marxismo se recupera por el radicalismo islámico, en el interior de la lucha contra un Occidente corrupto y explotador. El hombre es religioso por naturaleza, nace con la necesidad de Dios, que no es una creación de su inteligencia, sino una esencia profunda de su ser. En Rusia, cuando el ateísmo transformó las iglesias en museos, la religión no desapareció, sino que salió fortalecida de la persecución. Hoy la estrategia revolucionaria consiste en transformar las iglesias no en museos del ateísmo, como en época soviética, sino en hoteles y supermercados, y ofrecer, al mismo tiempo, una alternativa a la necesidad de lo sagrado, al multiplicar la construcción de mezquitas y minaretes, en el nombre de una religión falsa.

Frente al secularismo y al relativismo de la sociedad post-comunista, el Islam afirma la existencia de una aspiración religiosa del hombre, respondiendo así a la necesidad de sacralidad del hombre contemporáneo. Pero ¿cuál es la receta religiosa que el Islam ofrece al hombre secularizado de nuestros tiempos? A la religión de Mahoma es ajeno el concepto de sacrificio, que en el Cristianismo se deriva de su misterio central, la Cruz. El Islam no pide a sus seguidores una transformación interna: éste se presenta como una religión ritual, que se limita a exigir a sus miembros que respeten los llamados cinco pilares: la afirmación verbal del monoteísmo, la recitación de las plegarias prescritas, el ayuno del Ramadán, el viaje a La Meca al menos una vez en la vida, la limosna ritual. Una vez cumplidas estas obligaciones, el musulmán es libre de sumergirse en el placer: nada en su religión lo llama al sacrificio. Ciertamente, existen formas comparables al sacrificio, desde el ayuno al martirio en la "guerra santa", pero se trata de formas de sacrificio ritual, que nada tienen que ver con el espíritu interior del sacrificio cristiano.

El Islam puede ser definido como una "religión del placer", no sólo porque ignora el sacrificio, sino porque sustituye en el Paraíso el concepto cristiano de felicidad eterna por el de placer eterno, de voluptuosidad sin fin. Djanna, que es el nombre del Paraíso islámico, prevé en primer lugar todas las alegrías de los sentidos: deliciosos banquetes, acompañado por excelentes vinos, los placeres carnales con las Huri, las siempre vírgenes a disposición de los Elegidos. La misma visión de Dios es descripta como un placer físico de la vista y del oído.

Un abismo divide a la religión cristiana de la musulmana no sólo por el rechazo islámico de la Trinidad, sino también para la concepción materialista del más allá que caracteriza al Islam. El Islam, por su materialismo y por su hedonismo, es más afín al comunismo y el relativismo que al Cristianismo. Podemos decir que si el comunismo de Marx trasladó el Paraíso a la tierra, la religión de Mahoma trasladó los placeres de la tierra al paraíso. Si el comunismo es una religión secular, el Islam seculariza, a su vez, el paraíso. En ambos casos, comunismo e Islam, nos enfrentamos a una concepción muy diferente de la propuesta por la tradición espiritual cristiana. Como el totalitarismo en el siglo XX, el Islam no distingue entre política y moral. Si el comunismo absorbía la moral en la política, el Islam absorbe la política en la religión, negando la existencia de un orden natural, cognoscible por la razón, que constituye un momento de la mediación objetiva entre política y fe religiosa.

El Islam puede tener una alta adhesión entre los jóvenes dentro y fuera de Occidente. Los jóvenes occidentales, como todo hombre, aspiran al absoluto, pero están corroídos por el relativismo, son incapaces de sacrificio. La religión mahometana les ofrece un sucedáneo de sacralidad, sin pedir algún sacrificio real. El Islam es una religión grosera, a buen precio, pero que, a diferencia de la New Age, está sostenida por algunas de las naciones más ricas de la tierra y por la Conferencia Internacional Islámica, que reúne cincuenta y ocho países musulmanes que se empeñan en sostener al Islam en el mundo, mientras Europa despelleja las raíces cristianas de su constitución e introduce el delito de “islamofobia”.
A los jóvenes desheredados del Tercer Mundo, y también a los desheredados del primero, el Islam ofrece el paraíso de los sentidos, rápido, a cambio del martirio. La explosión de una bomba permite al Kamikaze pasar del sufrimiento al placer en un segundo. La atracción puede ser irresistible.
Frente al desafío representado por el relativismo cultural y moral y por el Islam, los católicos tienen el derecho y el deber de proponer una filosofía y una teología de la historia fundada en los principios perennes de su Tradición, con el convencimiento que sólo en esta Tradición viviente, en tanto renovada cada día por el Sacrificio incruento de la Cruz, es el futuro de la humanidad. Ellos deben recuperar una concepción militante del Cristianismo, con el convencimiento de que entre bien y mal, entre verdad y error, entre la Iglesia y sus enemigos no hay compromiso ni tregua posible, sino sólo antagonismo y lucha. La lucha conlleva naturalmente el cansancio y el sufrimiento, y el rechazo del sufrimiento y del sacrificio, lleva a muchos a evitar la obligación, con la ilusión de que la tierra no sea un valle de lágrimas, sino un jardín de flores. Esta ilusión está destinada, sin embargo, a provocar sufrimiento y tragedias mayores de cuantas acarrea la lucha. Una de las razones de la derrota de los católicos en la segunda parte del siglo XX ha sido la pérdida de la visión militante del Cristianismo y de la teología de la historia que ésta conlleva. A partir de los años sesenta se juzgó que la causa del anticlericalismo y del laicismo del XIX y del XX fue la intransigencia de la Iglesia que, al condenar al mundo moderno, había producido la reacción. Los católicos han cambiado su actitud hacia el mundo moderno, practicando la política de diálogo y de la mano tendida, pero el proceso de descristianización no se ha detenido. El anticristianismo creció hasta presentarse en forma muy agresiva, con las sofisticadas herramientas de la comunicación moderna.

Hoy no hay peor mal que el pacifismo espiritual, que es la renuncia al espíritu de sacrificio, y no hay virtud más alta que el combate espiritual, que es la elección de quien abraza la Cruz y la hace un símbolo de lucha y de victoria.

No hay victoria sin combate, pero no hay combate sin esta disposición de ánimo militante que nace, a su vez, del espíritu de la Cruz de Cristo, emblema de todo cristiano, símbolo de la victoria sobre la muerte, el único símbolo, como dice san Pablo, del que el cristiano se debe gloriar (Gal. 6, 14).




Traducción Claudio Calabrese

martes, 8 de febrero de 2011

EL HISTORIADOR ARGENTINO JOSÉ EMILIO BURUCÚA PRESENTA EN ESPAÑA " ENCICLOPEDIA B-S"


José Emilio Burucúa Fotografía IGNACIO GIL -ABC-


REPORTAJE REALIZADO POR INÉS MARTÍN RODRIGO, ABC DE MADRID


José Emilio Burucúa acostumbra a bucear en los recovecos de la historia menos reciente, pues su ámbito de actuación se centra en la modernidad temprana. Pero hay ocasiones que no deben dejarse pasar y este apasionado del arte y conocedor de la geografía humana cumplió con creces ante el reto que el destino profesional le tenía reservado. Un solo nombre, el segundo Hombre Montaña (Raúl), y toda una historia a sus espaldas de emigración, identidad, dolor y patria, reconstruida por Burucúa en esta «Enciclopedia B-S» (Periférica). No se trata únicamente de un relato histórico vertebrado a partir de las memorias de un inmigrante rumano de origen judío que en Argentina se gana la vida como luchador. Nos encontramos ante un completo atlas de los caminos por los que transitó la emigración de los judíos europeos a América Latina.

- ¿Qué hizo que se detuviera ante esta historia, qué le llamó la atención que hizo que quisiera plasmarla en un libro tan poco común como esta «Enciclopedia B-S»?

- Me encontré, por circunstancias algo fortuitas, en posesión de un archivo familiar formado por un libro de memorias y por una cantidad importante de documentación que había juntado el protagonistas principal de este relato, Raúl. La primera noticia que tuve suya fue hace muchos años, cuando había sido luchador y yo, de adolescente, iba a verle: era el segundo «Hombre Montaña». Averiguar que había escrito esas memorias me sorprendió y cuando las leí me encontré con una pieza que me obligó a no dejar pasar esta gran ocasión de escribir una historia de un hombre común que, además, era un buen retrato del modo en que los huracanes de la historia del siglo XX habían soplado sobre una persona muy sencilla cuyas mayores miras eran alcanzar la felicidad. A pesar de que esos vendavales se encarnizaron con él, pudo navegar desde su Rumanía natal, pasando por la vieja Palestina, Israel, Francia, un destino abortado a Canadá y finalmente llegar a Argentina, donde murió. Una ocasión de oro para un historiador.

- ¿Por qué eligió un formato tan llamativo como este experimento historiográfico, cómo fue la elaboración del libro?

- En principio pensé publicar sus memorias tal cuál, pero después se reveló como algo demasiado complejo porque para poder escribirlas Raúl se compró el «Manual» de María Moliner... imagínate. Si a eso añadimos los errores lógicos de un rumano parlante que aprendió a hablar castellano a los cuarenta años, la dificultad es más que comprensible. Pero el texto logra un increíble impacto y hasta tiene frescura, por lo que decidí citarlo lo más posible en la parte que compete a la vida de Raúl. De hecho, estoy convencido de que sus memorias acabarán en una biblioteca pública argentina.

- Pero, ¿por qué esta forma de enciclopedia?

- Fueron tantos los personajes que aparecieron que me sentí incapaz de armar un relato que conservara esa linealidad que tiene que tener una narración histórica para hacerse inteligible. Decidí realizar un mosaico, de manera que presentaría a los personajes por separado, pero respetando esa linealidad y añadiendo las referencias intertextuales comunes en las enciclopedias y los diccionarios. Después de haber elegido esa forma se me ocurrió escribir ese discurso preeliminar, que en realidad es una parodia del de D'Alembert para la «Enciclopedia» y donde aproveché para realizar críticas amables a algunas tendencias de la historiografía actual. Mis «dardos» van contra cierta tendencia actual de suponer que lo real no ha existido más allá de lo que se ha relatado sobre lo acontecido. Yo creo que sí, que ha habido algo real y nos podemos acercar a ello a través del estudio de las fuentes. Aunque el lector común puede obviarlo y pasar directamente a los personajes.

- ¿Qué tiene de particular la historia de esos personajes, integrantes de la familia B-S?

- Lo que tiene de particular es algo que finalmente es general en los países de inmigración como Argentina, Urugay, Chile, Brasil... Son gentes llegadas desde todos los lugares del mundo, que se encuentran allí, se aman, se aborrecen, se unen, se mezclan y se reproducen.

- Todos los personajes sufren, de algún modo, las embestidas de la diáspora judía. ¿Cómo se percibe eso en el relato?

«El escándalo de la recepción oficial que tuvieron los jerarcas nazis en Argentina es un hecho histórico»- Al comienzo del relato hay una identidad judía muy fuerte porque hay personajes fieles aún a la religión de sus antepasados. Después aparece la generación de los dos personajes principales (Cecilia y Raúl), que intentan llevar una vida donde el judaísmo aparece como algo remoto y se intenta una asimilación con lo circundante, más que a una diferenciación. Esa evolución se percibe perfectamente y, por supuesto, la herida profundísima del antisemitismo eliminacionista en todo el mundo psíquico y social de los personajes.
- Es llamativo cómo en esos países de América latina vivieron casi al mismo tiempo judíos que huían del Holocausto y nazis responsables de esa aberración humana.

- Muchos estudios insisten en una cierta complicidad del Gobierno militar del 43 y del primer Gobierno peronista con el Tercer Reich y el refugio que muchos nazis encuentran en Argentina, entre otras naciones sudamericanas. Eso se combinaba con una recepción de judíos expulsados de Europa, tanto al principio de la guerra como después del 45. Historiadores y periodistas han examinado este escándalo de la recepción, hasta en muchos casos oficial, escondida y velada que tuvieron los jerarcas nazis en Argentina. Se han aportado muchísimos datos que demuestran que no es un mito.

- Pese a que se trata de un relato historiográfico, basado en hechos reales y con fuentes documentadas, esta «Enciclopedia» tiene rasgos estilísticos característicos del realismo mágico, ¿está de acuerdo?

- Estoy de acuerdo en el sentido estilístico, ya que es inevitable. Cuando uno hace un relato en Sudamérica, sobre todo después de los ejemplos de García Márquez y Vargas Llosa, no puede evitarlo porque cuando era adolescente era la literatura que se leía. En este sentido he tomado un guante que en una ocasión arrojó Giovanni Levi en una visita a Argentina. Levi dijo que los historiadores debíamos tener el coraje de asumir las grandes, revulsivas y nuevas formas narrativas de la novela a partir de Joyce, básicamente. Además quise hacer una cosa a la que se pudiera acercar cualquier lector, no solo los colegas historiadores.

- ¿Qué puede aportar la historiografía a la literatura?

- Sobre todo y ante todo personajes. La literatura tiene derecho a inventar, mientras que la historiografía solo puede investigar. Pero, como bien afirma Carlo Ginzburg, yo no soy de los que ponen la verdad entre comillas. Para mí existe una verdad a la que es muy difícil llegar y que probablemente nunca alcancemos, pero ha existido algo que es la experiencia de los hombres del pasado, distinta de la nuestra, y un historiador tiene el deber de bucear y decirnos qué ha sido aquello. Así podremos ver que, o bien venimos de aquello, o bien que ya somos algo completamente diferente a ese mundo. Pero, de una u otra forma, existe siempre la posibilidad de que algo de nuestros antepasados reviva con fuerza en nuestro tiempo.

- Puesto que, al fin y al cabo, este libro está construido a partir del huracán más violento que azotó la historia el siglo pasado, ¿cuáles cree usted que son los peores huracanes que está atravesando ahora mismo la sociedad?

«Es hora de recuperar el camino del otro capitalismo del estado de bienestar»- Hay huracanes que van a barrer con verdaderas lacras. Por ejemplo el huracán de las revueltas en África del norte, que espero suponga la eliminación de las dictaduras. Me parece muy interesante que haya un huracán que arrase con esto, pero mi temor es que implique un refuerzo del fundamentalismo religioso, que no creo que sea un peligro exclusivo del mundo islámico, sino que lo veo también en nuestro propio mundo. No soy un ateo ni un «comecuras», pero aprecio que en Occidente hayamos podido construir una sociedad laica en el sentido de que haya una multiplicidad de creencias conviviendo en un plano de igualdad y, entre todas, podamos construir algo común y diferente que es la sociedad civil, con proyectos comunes que nada tienen que ver con lo que cada cual cree sobre su alma y su propio destino. Esa es una de las grandes contribuciones de occidente a la historia de los hombres y eso está en grave peligro en todas partes, aunque en el mundo musulmán quizá es donde más se nota. Es muy interesante ver si este proceso de los países árabes lleva a un fortalecimiento de la sociedad laica. Lo que sí veo en la actualidad, después de lo que ha significado el desastre de la crisis económica que empezó a finales de 2008 y que aún padecemos, es la responsabilidad que tiene cierta organización del capitalismo actual. Es este capitalismo centrado en el auge de las finanzas, en los súperpoderes del sistema bancario y no en la búsqueda de una solución a la crisis del capitalismo (que no marca el final del capitalismo, como algunos colegas de izquierdas creen). Es hora de recuperar el camino del otro capitalismo, del capitalismo del estado de bienestar, en unos términos completamente distintos. Lo que tendría que sublevarnos es, otra vez, la presión del sistema financiero y de lo bancos que acaban de decir colectivamente en Davos que no van a aceptar ningún tipo de regulación. ¡Basta ya! El camino tiene que ir por una regulación muy fuerte del sistema financiero y una carga impositiva sobre los beneficios de las finanzas. No podemos crear dinero con el dinero. Es un huracán que sigue pasando y que los estados no están afrontando con la energía que deben.

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lunes, 7 de febrero de 2011

ESFORZARSE VALE LA PENA por XAVIER GUIX para EL PAÍS SEMANAL



Resurge con fuerza el discurso sobre el valor del esfuerzo frente a la sobreabundancia, el sobreproteccionismo y el 'laissez-faire'. No obstante, ¿de qué esfuerzo hablamos?

Williams James, el patriarca de la psicología americana, se preguntaba ante el hecho cotidiano de levantarse cada día por la mañana: ¿Cómo lo conseguimos, si tenemos tantas razones para no hacerlo? Se sobrentiende que disponemos de un mecanismo irreductible al que llamamos “fuerza de voluntad” o, al menos, la suficiente automotivación para no ceder a los impulsos de la pereza, la ociosidad o el sinsentido.

Sin embargo, como reflexiona el filósofo francés Gilles Lipovetsky, nada es más común cuando se habla del tercer milenio que evocar el hundimiento de la moral, la crisis de sentido y los valores, frente al nihilismo imperante. El valor del esfuerzo y la cultura del logro han pasado a mejor vida ante los cantos de sirena del hedonismo, la inmediatez y el carpe diem. El esfuerzo no está de moda.

Tampoco ha ayudado un sistema educativo que no aprieta las tuercas hasta llegado el bachillerato, algo tarde para aprender sobre el esfuerzo, o unas generaciones de padres y madres sobreprotectores que no han permitido que sus retoños sufrieran la más mínima frustración. Hemos pasado de un extremo al otro. Quisimos dejar atrás la obediencia al deber, el esfuerzo sacrificado por una amorosa pasividad; un laissez-faire consentido; una mal entendida benevolencia que ha debilitado los límites correspondientes. Tal vez ha llegado la hora del camino de en medio, el camino justo.

Valores en alza

A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad (Victor Hugo)

La reivindicación del esfuerzo está en boca de todo el mundo, en parte como consecuencia de la crisis. Los tiempos líquidos y vacíos de los que venimos necesitan encontrar refugio e inspiración en la responsabilidad moral de cada uno. Einstein ya proclamó que el esfuerzo por despertar dicha responsabilidad era la mejor contribución para la colectividad. Revalorizar el esfuerzo es cosa de todos.

No obstante, ¿qué modelo de esfuerzo se propone? Esos jóvenes tachados de insípidos, desconectados y sin sangre en las venas ven en la generación de sus padres un reflejo poco motivador: todo el día con la lengua fuera, estresados, con familias desestructuradas, entregados al consumo masivo y a las pastillas para poder dormir, mucha apariencia y límites indefinidos. ¿Es ese el ejemplo a seguir? ¿Lo son esos chicos excepcionales, que han logrado cimas mundiales en sus disciplinas con esfuerzo incuestionable? Si el espejo es la excepcionalidad y la alta competición, alimentamos una cultura dividida entre titanes y mortales frustrados.

‘Ni ni’, ‘Ni no’, Ni ná’

La indiferencia hace sabios, y la insensibilidad, monstruos (Diderot)

Un 15% de la población joven de este país pertenece a los conocidos como ni-ni (ni estudian ni trabajan). Es una cifra suficientemente alarmante para creer que sea un problema de cuatro vagos y bohemios o de algunos padres con flojera autoritaria. Estamos ante un fallo serio en el sistema de motivación. Tanto es así, que en muchas casas el peor de los castigos deja a muchos jóvenes igual de indiferentes. Hay padres que han renunciado a serlo. También existe un sistema, demasiado burocratizado, que estigmatiza muy pronto a los diferentes. El resultado final es lo que más duele: la insensible indiferencia.

Vamos a tener que hacer un esfuerzo todos juntos para recuperar dos valores esenciales: la compasión y la educación. Si seguimos cayendo en la indiferencia y aún más en la insensibilidad, estamos perdidos. Por eso cabe educar, ya desde pequeños, en el manejo de la incertidumbre, en la frustración, en el control de la impulsividad. Hay que recuperar la creatividad, la capacidad de hacer cosas divertidas con recursos sencillos, pero sobre todo juntos. El sentido de pertenencia es básico para nuestra construcción personal y social, por lo que duele observar lo desconectados que a veces vivimos de los demás. Falta más sentido de comunidad.

Cuando la conducta está motivada, hay esfuerzo. No es que falte capacidad para esforzarse, sino encontrar la pasión, como diría Ken Robinson, el elemento que motive nuestra acción. Hay muchos por revalorizar hoy día: el respeto, el civismo, la escucha, la libertad responsable, la transparencia y la autenticidad, la voluntad de servicio. El esfuerzo es solo la energía que estamos dispuestos a invertir y la orientación o meta seleccionada.

Del logro a la competencia

De la igualdad de habilidades surge la igualdad de esperanzas en el logro de nuestros fines (Thomas Hobbes)

Probablemente haya acuerdo en la necesidad de fortalecer la voluntad y la conducta motivada. Sabemos que nos motivan nuestros deseos y necesidades, básicamente poder (control e influencia), logro (orgullo) y filiación (pertenencia al grupo). La psicóloga Beatriz Valderrama ha creado una rueda de motivos, intrínsecos y extrínsecos, en los que también incluye autonomía, cooperación, hedonismo, seguridad, conservación, exploración y contribución.

Ante nuestros propósitos funcionamos de una manera curiosa: valoramos la expectativa sobre el logro, o sea, analizamos recursos y habilidades de las que disponemos y la probabilidad subjetiva de éxito. Manejamos una tríada (deseo o necesidad, valor y expectativa) con diferentes posibilidades. A mayor valor y expectativa de éxito, habrá conducta motivada. Al contrario, se evitará la acción. La clave se encuentra en la fuerza del deseo o de la necesidad y en la percepción de nuestra autoeficacia. Parece que manejamos mejor las metas que tienen un carácter específico, a corto plazo y que provocan un desafío asumible.

Hoy se suele hablar más de competencia que de logro. Los grandes motivadores actuales son aquellas metas orientadas hacia uno mismo (aprendizaje, competencia o mejora personal), así como las metas de resultado o rendimiento. Nos gusta ser competentes porque engloba más el desarrollo pleno de nuestro potencial, nuestro bienestar (emociones positivas, optimismo, autoestima). Por el contrario, las personas con sensación de competencia más baja, como ocurre con muchos de nuestros jovenzuelos, digieren peor los fracasos, caen fácilmente en el agobio y la desesperanza.

Lipovetsky, con el que empezamos, arroja un hilo de confianza: no estamos en el grado cero de los valores. Compartimos propósitos comunes y se mantiene el sentido de la indignación moral, el progreso del voluntariado y de las asociaciones, la lucha contra la corrupción, la adhesión de las masas a favor de la tolerancia, la reflexión bioética, los movimientos filantrópicos, las fuertes protestas que denuncian la violencia sufrida por los niños y los inmigrantes. Añadamos a esos propósitos compartidos la revalorización del esfuerzo, entendido como la voluntad de sostener una responsabilidad moral que favorezca nuestra existencia, la de los demás y la del medio en el que vivimos.
ENCONTRAR INSPIRACIÓN

1. Libros

– ‘Los tiempos hipermodernos’, de Gilles Lipovetsky. Anagrama. 2006.

– ‘Motivación inteligente’, de Beatriz Valderrama. Prentice Hill de Pearson. 2010.

– ‘Motivación y emoción’, de Francisco Palmero y Francisco Martínez Sánchez (coordinadores). McGraw-Hill. 2009.

2. Películas

– ‘Carros de fuego’, de Hugh Hudson. 1981.

– ‘Descubriendo a Forrester’, de Gus van Sant. 2000.

– ‘Forrest Gump’, de Robert Zemeckis. 1994.

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