- Escrito por Primeros Cristianos
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En el año 312 a.C., el senador Appio Claudio fue nombrado censor de la República de Roma. Durante su mandato se llevaron a cabo numerosas reformas y obras importantes, pero la Historia lo recuerda sobre todo por la construcción de la calzada que lleva su nombre: la Via Appia.
Con la nueva carretera se buscaba mejorar las comunicaciones entre Roma y Capua, de manera que las legiones romanas pudiesen desplazarse con mayor rapidez a lo largo de los ciento noventa y cinco kilómetros que separan las dos ciudades. Con el pasar de los años fue objeto de varias ampliaciones, y en el siglo II a.C. su trazado llegaba ya hasta Brindisi, principal punto de conexión marítima con las provincias orientales, a más de quinientos kilómetros de la Urbe.
Cuatro siglos más tarde, el emperador Trajano realizó mejoras que permitieron la circulación de los carros, y la Via Appia se convirtió en una de las arterias económicas más importantes del Imperio. Popularmente era conocida como regina viarum (la reina de las vías), nombre merecido tanto por su longitud como por su extraordinaria belleza: a los lados de la calzada fueron surgiendo casas residenciales, templos y mausoleos, que añadían un toque de esplendor al sencillo encanto de la campiña romana. Era un buen preludio para quien iba a encontrarse con la majestuosidad de la Ciudad Eterna.
Via Appia ha sido escenario de algunos acontecimientos preciados para los cristianos. En los Hechos de los Apóstoles se narra que San Pablo entró en la Urbe por este camino: “Y así nos dirigimos a Roma.
Los hermanos, al enterarse de nuestra llegada, vinieron desde allí a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Al verles, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimos” (Hch 28, 11-15).
San Pablo iba a comparecer ante el tribunal del César. Un grupo de cristianos salió a recibirle a Tres Tabernas, una estación de descanso para los viajeros a unos cincuenta kilómetros de la ciudad; y algunos recorrieron todavía otros doce más para llegar a Forum Appi, donde acababa el canal procedente de Terracita.
Es fácil imaginar la emoción de San Pablo, y muy gráfico el testimonio de cómo se querían los primeros cristianos y la veneración que tenían hacia los Apóstoles.
También sobre la Via Appia se encuentran las Catacumbas de San Sebastián y San Calixto, donde a partir del siglo II recibieron sepultura miles de cristianos, entre ellos numerosos mártires. Algunos, como el Papa Sixto II, y un grupo de sacerdotes y diáconos que le acompañaban mientras celebraba la Santa Misa, entregaron su vida allí mismo.
Más tarde, durante la Edad Media, se convirtió en una de las calzadas más transitadas por los romeros que peregrinaban a la Ciudad Eterna para rezar ante la tumba de San Pedro.
Cuatro siglos más tarde, el emperador Trajano realizó mejoras que permitieron la circulación de los carros, y la Via Appia se convirtió en una de las arterias económicas más importantes del Imperio. Popularmente era conocida como regina viarum (la reina de las vías), nombre merecido tanto por su longitud como por su extraordinaria belleza: a los lados de la calzada fueron surgiendo casas residenciales, templos y mausoleos, que añadían un toque de esplendor al sencillo encanto de la campiña romana. Era un buen preludio para quien iba a encontrarse con la majestuosidad de la Ciudad Eterna.
Via Appia ha sido escenario de algunos acontecimientos preciados para los cristianos. En los Hechos de los Apóstoles se narra que San Pablo entró en la Urbe por este camino: “Y así nos dirigimos a Roma.
Los hermanos, al enterarse de nuestra llegada, vinieron desde allí a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Al verles, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimos” (Hch 28, 11-15).
San Pablo iba a comparecer ante el tribunal del César. Un grupo de cristianos salió a recibirle a Tres Tabernas, una estación de descanso para los viajeros a unos cincuenta kilómetros de la ciudad; y algunos recorrieron todavía otros doce más para llegar a Forum Appi, donde acababa el canal procedente de Terracita.
Es fácil imaginar la emoción de San Pablo, y muy gráfico el testimonio de cómo se querían los primeros cristianos y la veneración que tenían hacia los Apóstoles.
También sobre la Via Appia se encuentran las Catacumbas de San Sebastián y San Calixto, donde a partir del siglo II recibieron sepultura miles de cristianos, entre ellos numerosos mártires. Algunos, como el Papa Sixto II, y un grupo de sacerdotes y diáconos que le acompañaban mientras celebraba la Santa Misa, entregaron su vida allí mismo.
Más tarde, durante la Edad Media, se convirtió en una de las calzadas más transitadas por los romeros que peregrinaban a la Ciudad Eterna para rezar ante la tumba de San Pedro.
Por último, hay una piadosa tradición que relaciona al Príncipe de los Apóstoles con esta vía. A menos de un kilómetro de la Puerta de San Sebastián, una iglesia la conmemora: la del Quo vadis?
Según este antiguo relato, los cristianos de Roma, comenzada la persecución del año 64 d.C., rogaron a Pedro que huyera a otro lugar.Príncipe de los Apóstoles se dispuso para la marcha y partió de la ciudad en la madrugada de un día de verano. Poco después de cruzar la Porta Appia, vio a Jesús que venía a su encuentro Pedro le preguntó:
-¿A dónde vas, Señor?
-Voy Roma, para ser crucificado.
-Señor –dijo el Apóstol-, ¿vas a ser crucificado otra vez?
-Sí, Pedro, otra vez.
A continuación, Jesús desapareció y Pedro comprendió todo. Envuelto en la luz del amanecer, dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia Roma, donde no mucho después abrazaría el martirio.
Según este antiguo relato, los cristianos de Roma, comenzada la persecución del año 64 d.C., rogaron a Pedro que huyera a otro lugar.Príncipe de los Apóstoles se dispuso para la marcha y partió de la ciudad en la madrugada de un día de verano. Poco después de cruzar la Porta Appia, vio a Jesús que venía a su encuentro Pedro le preguntó:
-¿A dónde vas, Señor?
-Voy Roma, para ser crucificado.
-Señor –dijo el Apóstol-, ¿vas a ser crucificado otra vez?
-Sí, Pedro, otra vez.
A continuación, Jesús desapareció y Pedro comprendió todo. Envuelto en la luz del amanecer, dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia Roma, donde no mucho después abrazaría el martirio.
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